Alfredo se despidió de sus amigos. La reunión -una de las tantas con los compañeros de oficina- habría estado medio aburrida de no ser por los sobrantes de alcohol que encontraron en las alacenas de la cocina; varias botellas de Becks, una de vino tinto La Concepción y la media de mezcal que sobró del anterior encuentro. Como al día siguiente no había trabajo, esos brebajes especiales, producto de las elucubraciones creativas del Dios Baco, habían sido objeto del ataque de todos luego de haberse comido varias porciones de pizza con pepperoni. Como el alcohol se terminó y ya era un verdadero exceso salir a comprar más todos optaron por marcharse.
Alfredo se subió al auto y su celular no lo dejó arrancar el motor. Era su esposa que llamaba por cuarta o quinta vez preguntando a qué hora regresaría a casa, "
estaré en 15 minutos flaquita". Ella le pidió que pase por una farmacia de turno para comprar antigripales y unas pastillas de paracetamol, los síntomas del resfrío le habían aumentado. Alfredo dijo que no se preocupe, que compraría todo y antes de cortar pregunto cómo estaban sus hijas. Mariela le dijo que ya se durmieron, que habían estado esperándolo para mostrarle las libretas de notas que les entregaron en el colegio. El no atinó a decir mucho en respuesta, -su silencio denotó una especie de remordimiento- y corto con un simple "
chau, chau, estaré en 15 minutos".
Arranco el auto y enfiló por la Av. Kantutani, de bajada hacia Obrajes. No estaba en sus cinco sentidos y aunque oficialmente ya se había pasado del límite legal de alcohol permitido tampoco podía decirse que estaba borracho.
Encendió el radio y justo tocaban esa canción de Evanescence que le había comenzó a gustar desde que una compañera de la oficina se la hizo escuchar. Alfredo tenía una debilidad especial por el empuje de adrenalina que sentía cuando juntaba música con velocidad, así que aceleró a fondo y subió el volumen. Su auto, un Focus del año 2007, respondía bien a la presión en el acelerador y al cabo de unos pocos segundos iba a una velocidad mucho mayor de la permitida. La pregunta es; a quien le puede importar eso con varios mililitros demás de etanol en la sangre?
Alfredo logró encontrar una farmacia de turno, compró las medicinas y continuó viaje por la Av. Siles. Al llegar a la intersección con la calle 10 de Obrajes vio que el semáforo cambiaba de amarillo a rojo pero igual aceleró, iba a casi 100 Km. por hora y confiaba en alcanzar a pasar sin problemas. A esa hora de la noche el tráfico era escaso, alguno que otro minibús de servicio público y muy pocos vehículos particulares.
Unos segundos antes, Abel, que trabaja de chofer del Servicio de Caminos, también se acercaba a la misma intersección conduciendo por la calle 10. Manejaba un minibús Toyota de la empresa -que lo había sacado de ocultas- y volvía de visitar a su cuñada, internada en el Hospital Obrero. Abdón, su amigo y portero del parqueo de la entidad pública, le había dicho que debía devolver el vehículo antes de las siete de la mañana para que nadie note que había estado afuera del recinto por la noche.
Abel manejaba el minibús a velocidad prudente y al llegar a la intersección vio que el semáforo cambiaba a verde por lo que no frenó.
Era una noche tranquila, no había llovido -como avisaron por el radio- y tampoco hacía mucho frío. A lo lejos se escuchaban los ladridos de un perro y el cielo, ya casi sin nubes, ponía las estrellas como al alcance de la mano. Por la intersección casi no se divisaba gente, solo un carrito de hamburguesa que la 'caserita' se lo llevaba después de trabajar y los vehículos conducidos por Abdel y Alfredo que se acercaban.
Alfredo, al llegar a la esquina, alcanzó a ver el minibús conducido por Abdel y por una décima de segundo pensó en frenar pero no se hizo caso. Esa, tan útil décima de segundo, que estando lúcido y sin alcohol es suficiente para tomar decisiones importantes, en este caso no alcanzó. Por la cantidad de alcohol en su sangre requería al menos dos o tres segundos para decidir que lo más apropiado era pisar los frenos lo más fuerte posible.
Son casi dos años que han pasado del accidente, Mariela, nunca pudo recibir los antigripales que necesitaba y Alfredo tampoco nunca llegó a ver las libretas de sus hijas. Hoy en día se encuentra en estado de coma, en la clínica URME de la ciudad, asistido por un respirador artificial.
Sus amigos no volvieron a reunirse por un tiempo, pero luego, las continuas celebraciones de adulación al Dios Baco volvieron a su curso normal y hoy en día prosiguen como si nada habría pasado.
Nota del redactor.- Cualquier parecido con la realidad NO es pura coincidencia.
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En Bolivia es algo frecuente y común que la gente, en las reuniones sociales, tome alcohol sin razón o motivo alguno, como haciendo gala de una actividad que para algunos es considerada el deporte nacional después del fútbol. Una actividad incomprensible y de la cual, aunque a la luz de la lógica básica sea considerada como totalmente irracional, la gente continúa siendo partícipe y así, como sufriendo especie de ataque de epilepsia alcohólica, se embarca en una suerte de de encuentro de contorsionismo alcohólico-espiritual. Lo que sucede luego a veces solo está marcado por la suerte de cada individuo, cuando la divina providencia tira los dados -guiada por el azar del destino- y decide la buena o mala suerte de los participantes.
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